La Alegría de Cristo
La vida cristiana y la alegría son dos realidades íntimamente unidas. La alegría cristiana nace de una relación sincera con el Señor Jesús.
Experimentar la alegría constituye un desafío para las personas en la sociedad hodierna. En un mundo lacerado por profundas divisiones y rupturas, donde miles de rostros sombríos son elocuente testimonio de la profunda desesperanza y tristeza por la cual atraviesa la sociedad actual. ¿Existe todavía un lugar para la alegría?
Y el Dios de la esperanza los llene de todo gozo y paz en el creer, para que abunden en esperanza por el poder del Espíritu Santo.
─ Romanos 15:13
La mayoría de nosotros sólo podemos imaginar la angustia que Jesús sintió en el Huerto de Getsemaní. Jesús sabía que sería traícionado y se sentía muy angustiado.
Él sabía que Sus discípulos estaban colgando por un hilo que no tardaría en romper. El Señor era consciente de que Judas se acercaba a traicionarlo, también era consciente del sufrimiento que experimentaría en la cruz.
Hay gozo en la presencia del Señor
El libro de Hebreos nos dice que algo divino lo mantuvo a Cristo. “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él soportó la cruz, despreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios” (Hebreos 12:2). ¿Qué mantuvo a Jesús? El gozo divino de salvar a los que son Sus hijos por fe.
Jesús contó la historia de un pastor que tenía un cordero que se descarrió. El pastor fue tras el buscandolo y cuando lo halló, le trajo mucho regocijo. Jesús dijo: “De la misma manera, les digo, hay gozo en la presencia de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente” (Lucas 15:10). Jesús les contó otra parábola acerca de un tesoro escondido en un campo:
El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder, y de alegría por ello, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo.
─ Mateo 13:44
Nosotros somos la oveja que se extravió y ese tesoro escondido en un campo. Somos esa alegría por la cual Cristo sufrió y murió. Por eso podemos proclamar juntos con el apóstol Pablo:
Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.
─ Gálatas 2:20
Reflexionemos sobre esta verdad para que podamos apreciar lo que Jesús experimentó en Getsemaní y en la cruz. “Debido al gozo que le esperaba, Jesús soportó la cruz, sin importarle la vergüenza que esta representaba” (Hebreos 12:2).
Somos felices cuando hacemos la voluntad de nuestro Padre celestial
Jesús anhela que Su gozo sea nuestro (Juan 15:11; 16:24; 17:13). Quiere que Su gozo cubra la creación (Romanos 8:18-23; Apocalipsis 21:5). La alegría de Jesús es completa cuando hace la voluntad de Su Padre.
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La Escritura es clara en cuanto a que aquellos que conocen a Dios no deben continuar con un estilo de vida de pecado sin arrepentimiento (1 Juan 2:3-6; 3:7-10). El deseo de santidad es un sello distintivo de quienes conocen a Dios. Pero cuando elegimos pecar, construimos una barrera entre nosotros y nuestro Padre celestial.
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