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La Fe Sin Amor
Como cristianos, todo lo que hacemos tiene que ser fundamentado en el amor de Cristo.
El amor de Dios ya ha sido derramado en nuestros corazones. “Y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado.” (Romanos 5:5) El apóstol Pablo escribió lo siguiente:
Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy. ─ 1 Corintios 13:2
Por consiguiente nuestro andar debe ser cimentado en amor. El mandato del apóstol Pablo para nosotros de acuerdo a 1 Timoteo 1:3-7 es el amor nacido de un corazón puro, de una buena conciencia y de una fe sincera. Una fe fingida es una fe que no ama, por ejemplo una fe que solo funciona por mandamientos; tratando de hacer lo que agrada a Dios sin pensar en el amor a los demás. La fe no tiene que ser grande para funcionar; con el amor de Dios y el Espíritu Santo dentro de nosotros, el Señor se encarga de todo.
Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de ustedes que no piense de sí mismo más de lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno. ─ Romanos 12:3
En Mateo 17:19 los discípulos de Jesús se acercaron a Él queriendo saber por qué no podían expulsar un espíritu demoníaco de un niño. Mateo 17:20 dice: "Y Él les dijo: 'Por la poca fe de ustedes; porque en verdad les digo que si tienen fe como un grano de mostaza, dirán a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada les será imposible.'" Este pasaje ha desconcertado a mucha gente porque nunca han visto a nadie mover una montaña. Pero Jesús no hablaba literalmente. Moviendo montañas causaría todo tipo de problemas ecológicos y sería un milagro inútil.
La expresión “capaz de mover montañas” era una figura retórica común en ese día, que significa “superar grandes obstáculos.” Jesús estaba hablando de aquellos que tienen el don de la fe; creyentes que pueden mover la mano de Dios a través de la oración inquebrantable. “La oración eficaz del justo puede lograr mucho” (Santiago 5:16).
El don de la fe es la capacidad de creer que Dios actuará conforme a Su voluntad, sin importar las circunstancias. Las personas con este don son más inclinadas a orar y tienden a no vacilar. Ellos ven el poder y los propósitos de Dios siendo cumplidos y confían en Él, mientras otros alrededor de ellos pueden debilitarse cuando los problemas de la vida les afectan.
Pablo dijo: “Si tuviera toda la fe como para trasladar montañas, pero no tengo amor, nada soy” (1 Corintios 13:2). Esa es una reprimenda dura, pero pone el énfasis donde corresponde: en nuestros motivos. “Todo camino del hombre es recto ante sus ojos, pero el Señor sondea los corazones” (Proverbios 21:2).
Nada sirve sin amor. Sin amor, la iglesia se convierte en algo que molesta (metal que resuena). Tener todo el conocimiento del mundo y toda la fe, dice Pablo, hace NADA si no hay amor también. Obviamente, nadie es perfecto. Todos somos culpables de esto. Pero, la iglesia no va a cambiar si lo único que esperamos de nosotros mismos es poder llegar temprano al culto, cuando se pueda. La situación no cambiará si los que trabajan en la iglesia viven bajo la ilusión que el amor es una preocupación secundaria.
¿Qué es lo que le motiva? Recuerde que sin amor no importa cuales son los dones que tengamos (por ejemplo, la elocuencia de nuestras palabras o la sabiduría que tenemos) sólo el amor puede validar nuestro servicio a Cristo porque la fe sin amor es una fe infructuosa. “Pónganse a prueba para ver si están en la fe. Examínense a sí mismos. ¿O no se reconocen a ustedes mismos de que Jesucristo está en ustedes, a menos de que en verdad no pasen la prueba?” (2 Corintios 13:5)
El hecho de que somos hijos de Dios no significa que nunca vamos a experimentar el desánimo. Sin embargo, debemos saber que tenemos más que suficiente ayuda de Dios para librarnos de cualquier prueba y dificultad. Dios nos exhorta en Su Palabra a ser activos en animarnos unos a otros sobre el gozo eterno que tenemos en Cristo.
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